Como si fuera una jugarreta del destino o una de esas casualidades que le dan sentido último a las cosas, Ivana Soto, la ganadora del Mundial de Escritura que le dio color a los primeros días de la cuarentena a través de las redes, trabaja en un hospital, el escenario decisivo donde se dirimen los avances, las pérdidas y los contratiempos que alimentan la bitácora de la pandemia.
«La escritura es una experiencia colectiva, una intimidad que se abre a los extraños y regresa enriquecida, con más ideas y más aristas: más gordita. De esta experiencia aprendí un par de cosas. Para escribir, hay que sentarse a escribir; escribir es un acto de fe y, por último, el rescate y la salida son un acto colectivo», define la autora de «La Casa», el texto ganador.
Soto nació en La Plata en 1983, estudió periodismo, filosofía y teatro y trabaja como secretaria en el Hospital Rossi. Se enteró del Mundial por Twitter y se inscribió para mejorar su rutina: «Siempre me gustó escribir pero no soy muy disciplinada, así que me pareció que tener la obra ligación de hacerlo todos los días para no bajar el rendimiento del equipo me iba a ayudar. La culpa es más fuerte que la fiaca y tuve la suerte de estar en un equipo-tractor».
Como si fuera un escape de su trabajo en el hospital, prefirió evitar los textos sobre la pandemia. «Pero hubo un día en que llegué muy quemada y entonces escribí sobre eso. Y también me conmovieron los muertos en Guayaquil. Lo de los cadáveres quemados era una imagen espantosa, fortísima, y encima era 2 de abril, aniversario de Malvinas y de las inundaciones en La Plata. Ese día escribí un cover del poema «Cadáveres», de Perlongher. Estaba servido en bandeja», recuerda.
¿Cómo cambió la experiencia del Mundial tus días de pandemia?
De repente apareció una obligación en medio de una cotidianeidad nebulosa, la sensación es que estamos como en cámara lenta. La detención de las cosas, el aletargamiento. Pasó una cosa muy básica pero importante: durante los catorce días, yo sabía en qué día estaba cada vez. No es que me despertaba y me olvidaba de que me tocaba ir a trabajar o que confundía domingos con martes, pero los días estaban diferenciados unos de otros porque tenía una cosa que hacer. Lo segundo, fue que logré tener un par de horas diarias con la cabeza metida en otro lugar. Al escribir, lograba estar dos horas en otro planeta.
¿Qué literatura te interpela?
Leo casi todo lo que me cruzo: cuentos, poesía, novelas, ensayos, crónicas. Esos son mis géneros favoritos. También los diarios, sobre todo de escritores. Trato desde hace un tiempo de enganchar contemporáneos, si son mujeres mejor porque estadísticamente es lo que menos he leído. Tuve un flechazo con Valeria Tentoni. Ariana Harwicz me hizo leer un libro entero, de corrido y sin soltarlo para nada, por primera vez en mucho tiempo. Agarro todo lo que puedo de Virginia Woolf. Y Leila Guerriero, a quien quiero desde que la leí una vez para la facultad; me puse muy nerviosa cuando me enteré de que sería parte del jurado.
«La casa» es un texto anclado en la arquitectura, en el edificio, que reflexiona sobre un interior que podría ser parte de un texto mayor.
No se me ocurrió continuar «La casa». De hecho, el texto original excedía los 4500 caracteres que teníamos como máximo. Los cuentos son como rompecabezas y entonces tuve que achicarlo pero sin que perdiera efectividad, y que incluso la ganara. Mis compañeros me ayudaron y lo hicimos entre todos. Creo que se puede decir muchísimo con pocas palabras y me gustaría llegar a poder hacer eso. «La casa» no puede crecer.