El accidente costero que en Golfo Nuevo, cerca de la actual Puerto Madryn, tuvo el velero «Mimosa», con 153 colonos galeses a bordo, el 28 de julio de 1865, significó un encuentro que dejó una profunda huella en la Patagonia, al punto de que hoy sus construcciones, gastronomía y cultura forman parte de los atractivos turísticos de la región.
El legado de los galeses abarca desde formas arquitectónicas hasta recetas y ceremonias culinarias, y el canto coral, que ha tomado vuelo en los últimos años hasta convertir a la provincia en una de las referencias nacionales de esta disciplina.
En el centro de Esquel, la capilla Seión se mantiene desde 1904 preservando el espíritu de sus primeros años, asentada sobre piedra y barro, con sus paredes de ladrillo cocido y techo de chapa.
Incluida en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de Chubut desde 1995, ésta, como la capilla Bethel de Trevelin, en los tiempos de la llegada de los colonos no solo cumplía una función religiosa sino que representaba el espacio común donde se celebraban las reuniones sociales.
Por su parte, el Molino Nant Fach, ubicado a unos 45 kilómetros de Esquel, sobre la ruta nacional 259, sostiene la memoria de los tiempos de la llegada de los colonos en su imponente arquitectura, en su nombre que en galés significa «Arroyo Chico» y en un valioso cúmulo de máquinas agrícolas y de coser e instrumentos musicales que suelen generar admiración en los visitantes que llegan a conocerles.
En materia gastronómica, el llamado «té galés» se caracteriza no solo por su sabor como infusión, sino principalmente por la ceremonia que se desarrolla alrededor.
El té galés se toma con un chorrito de leche, al «estilo inglés», acompañado con pan casero cortado en finas capas y manteca, scones con toda clase de dulces, quesos y tartas de frutas, y la tradicional torta galesa, una receta de los antiguos colonos.
Se trata de un alimento rico en nutrientes que solía prepararse para esperar a los hombres que volvían a casa de sus trabajos en días de frío cruel.
Es un alimento que tradicionalmente se podía mantener durante mucho tiempo y se cocinaba en una lata, adentro de fogones abiertos.
Otra curiosidad es el estilo de construcción que en la Patagonia se conoce como «galés» y que en Gales no es usual. Esta forma arquitectónica se caracteriza por el uso de ladrillos a la vista, con sus uniones rasadas, y tiene su ejemplo cabal en el museo de Gaiman, en la ex estación de ferrocarril de la localidad.
Entre Gales y el oeste de Chubut hay más de 12.000 kilómetros de distancia y una historia de sincretismo cultural que se puede advertir en la arquitectura de las capillas, en la ceremonia del té, en la tradicional torta galesa y en innumerables denominaciones que conjugan raíces galesas con pronunciaciones argentinas.
Es tan profunda la huella dejada a lo largo de un siglo y medio que la Patagonia, donde están instalados los descendientes, es el único lugar del mundo donde se habla el galés en forma social fuera de Gales, y todavía llegan con frecuencia profesores de su país de origen para enseñar el idioma.
El «Mimosa», de 43 metros de eslora y casi ocho metros de manga, partió desde el puerto de Liverpool el 25 de mayo de 1865 con un contingente de 153 colonos galeses: 56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras y 52 niños. El viaje fue promovido por nacionalistas galeses, que pretendían conformar una colonia en la Patagonia donde desarrollarse, resguardando sus culturas, su lengua y su religión.
Otras corrientes migratorias que partían desde el país de Gales, buscando nuevos horizontes, arribaban a Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, donde su bagaje cultural se incorporaba y mixturaba con las sociedades locales, relegando tradiciones.
Durante el viaje se produjeron nacimientos y fallecimientos. La tripulación imaginaba llegar a un vergel donde poder llevar adelante una próspera agricultura, por lo que no pequeña fue la sorpresa al advertir que en la tierra que los recibía el clima era hostil y el suelo árido.
El sueño colonial de los primeros inmigrantes galeses pareció empezar a materializarse veinte años después, cuando «Los Rifleros de Fontana» se dirigieron a la cordillera en una expedición que dio vida a Esquel y Trevelin, y abrió camino a una amalgama cultural que, poco más de un siglo después, redunda en un atractivo turístico sin igual.
Agencia Télam