Isabel Allende: «El tema del poder absoluto me ha obsesionado desde chica»

En «Mujeres del alma mía», Isabel Allende recupera episodios de su infancia para postular la causa política de su vida, el feminismo, y revelar la intimidad de una escritura que nació de la imaginación de una infancia difícil que ella vincula con la desigualdad de relaciones al interior de su hogar, en relación a los géneros, las edades y las posiciones sociales.

«No sé cómo se la arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un hogar normal» escribe Allende en su libro, una declaración que echa raíces con otras tantas que escribe vinculadas a su infancia, como el abandono de su padre biológico, la soledad de su mamá y el lugar relegado de las mujeres frente a la dependencia económica. Ese territorio está siempre presente, porque aunque instalada en Estados Unidos, Ia narradora escribe sus libros en español, su lengua materna.

«Mi mamá, que era una mujer absolutamente excepcional, libre espiritualmente, vivió siempre sometida porque dependía económicamente. Se quedó sola con tres guagas, uno recién nacido. Y mi mamá, que había sido una señorita, educada en las monjas, que pasó de la casa del padre al marido, se encontró sola con estos tres niños. Volvió a la casa de su padre a vivir de él y su hermano mayor. Luego dependió del tío ramón hasta que empezó a depender de mi y ahí entonces estuvo mas feliz porque no tenia condiciones», cuenta la escritora como una radiografía de época de la inequidad de género.

Con esa historia de trasfondo, con la injusticia y la desigualdad que vivió de pequeña cuando el padre abandonó el hogar y su madre quedó desamparada frente a una sociedad que relegaba el lugar de las mujeres pero que les exigía el cuidado pleno de sus hijos, Allende define su infancia «de soledad, de miedos, de rabia acumulada, que no se manifestaba en pataletas sino en un silencio mortal. No ha sido una infancia feliz».

«La casa de mi abuelo -confía- era un caserón de hombres, sombrío, mal cuidado, con las empleadas que prácticamente vivían en servidumbre humana. Una realidad que ahora miro atrás y no quisiera vivir ni un día de entonces. Todo eso me dio cosas que me han servido en la vida primero, y luego en la escritura: la capacidad de introspección y reflexión, observación. Porque tienes que vivir ese mundo y manejarlo, no pedir nada, no depender porque no te lo van a dar y saber que sólo tienes tus propios recursos y el recurso de la imaginación para escapar de lo que no puedes enfrentar. Y en eso viví, una infancia y adolescencia de pura imaginación, fantasiosa».

En ese sentido, la escritora explica que la imaginación le permitió escaparse de la realidad «no porque abusaran o me golpearan, no. Simplemente, era invisible. Los niños eramos invisibles. Era tal el drama de la vida de los adultos, que nosotros eramos como las gallinas en el patio. Y mas para una niña como yo que era extraordinariamente sensible y observadora».

Con todo eso, Allende hizo algo: «Cuando escribo hecho mano de ese lado oscuro, de esos sentimientos, esas emociones, esa fragilidad, esa vulnerabilidad de la infancia, hecho mano a esa parte de mi. Si yo hubiera tenido una infancia feliz ¿de qué estaría escribiendo? Sin altibajos, fácil, agradable, siempre bien, ¿tendría acaso la capacidad de conectarme con las mujeres de mi fundación, que están viviendo en un campo de concentración? Posiblemente no».

En alguna oportunidad, la escritora dijo que traumas como la muerte de su hija Paula -a quien le dedicó un libro homónimo- o la dictadura en Chile funcionaron como «forma para darle salida a todas esas historias que se acumulan» porque sobre todo «me encanta contar historias».

Pero «¿por qué escribo esas historias y no otras? ¿por qué esos personajes? Porque hablan por mi. Esas historias, aunque aparentemente no tienen ninguna relación con mi propia vida, tienen que ver con mis demonios. Por ejemplo, si escribo un libro como «La isla bajo el mar», que es la historia de la revolución de los esclavos en Haití en el 1800 ¿qué tiene que ver eso con Chile donde no hubo plantaciones de esclavos africanos, qué tiene que ver conmigo cultural o emocionalmente, por qué pase cuatro años investigando un tema tan difícil y tan sórdido como ese?», añade.

La respuesta, dice, la encontró cuando terminó de escribir el libro: «Me di cuenta que el tema del libro es el poder absoluto con impunidad, el poder del amo con el eslavo. El tema del poder absoluto a mi me ha obsesionado desde chica y tiene que ver con la rabia contra el patriarcado. Es la rabia contra el poder a cada rato: el poder de la policía, el poder del padre autoritario, el poder de la dictadura, el poder de los curas, el poder del médico que se cree que sabe más que nadie. Ese poder absoluto es muy peligroso y eso siempre me ha obsesionado».

Télam